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Aida Zelaya: enfermera ejemplar que atenuó las carencias en salud de un pueblo gracias a su vocación

Entregó más de cuatro décadas de su vida al servicio de la salud desde sus capacidades como enfermera auxiliar. Fungió 12 años como enfermera del Cesamo en Cantarranas, luego 12 años en el Centro de Salud de la aldea Jalaca-Talanga, y 22 años en el Centro de Salud del casco urbano del municipio de Talanga.

Tegucigalpa. Entregó su vocación y amor a su pueblo. Atendiendo con pasión a los demás sin importar su realidad, valiéndose del respeto, empatía, calidez y compasión desde que llegó a su vida el uniforme blanco.


De manera ejemplar, cuidó y salvó la vida de los talangueños, así como de los habitantes de Yauyupe-El Paraíso, Cantarranas, y Jalaca, zonas donde ejerció funciones como enfermera auxiliar del sistema público nacional.


Ha sido tanta su entrega que, en sus momentos libres, en que pudo descansar, asistió a sus pacientes en el interior de su casa. En busca de su auxilio llegaron desde recién nacidos hasta ancianos y gracias a su inigualable dosis de sabiduría siempre acertó con los tratamientos que indicaba.


Esta misma razón fue la causa por la que cada fin de semana un importante espacio de su hogar era abarrotado de pacientes.


La dueña de este invaluable servicio es Aida Concepción Zelaya Martel, profesional del área de las ciencias de la salud, que semana tras semana trabajó sin descanso durante 45 años, mostrando como característica de mujer aguerrida, luchadora y servicial una singular resistencia física y vocación genuina.


Servicio desinteresado

Atención de enfermos y heridos, promover la salud y prevenir enfermedades formaron parte de su labor desde los 20 años hasta que se jubiló, siendo este servicio “mi sueño desde chiquita”, anhelo personal que la llevó a vivir experiencias que hoy le honran por su entrega desinteresada.


A ejemplo los diversos momentos en que le tocó atender a una mujer que estaba en proceso de alumbramiento, en una comunidad rural, zonas donde lo que más privaba eran las necesidades en salud, pero que ella logró superar con la fuerza de voluntad, también recorrió largas distancias a pie o montada a caballo para cubrir con importantes vacunas a la población infantil.


“Salir a vacunar a las aldeas nos llevaba muchas horas, pero fue de las mejores experiencias, saber que me esperaban, que tenía mis comunidades y las áreas de influencias protegidas de polio, difteria, tétano, tosferina, sarampión, y tuberculosis”, manifestó con gran satisfacción.


También experimentó situaciones complicadas al recibir personas heridas a quienes le tocaba limpiar, suturar y dosificar con medicamentos, pues en sus inicios en los Centros de Salud Rural la enfermera jugaba el mismo rol de un médico, pero cada una de estas etapas la dotó de gran experiencia en el manejo de diversas patologías y condiciones de los enfermos.


Por su trabajo en aquellos tiempos recibía como remuneración mensual 150 lempiras, con una jornada de ocho horas diarias, de lunes a viernes, pero con aquel pago lograba suplir sus necesidades, y además ejercía lo que más amaba combinando la ciencia, la técnica y el arte de cuidar a las personas.

“Lo he hecho con mucho amor porque servir era mi pasión, para mí ha sido una gran satisfacción y orgullosa de haber ayudado a las personas que me necesitaban y confiaron siempre en mí”, agregó.


Jugaba con muñecas de tusa

En manos de una partera de la aldea Jalaca-Talanga nació Aida, en junio de 1954, fruto del amor entre sus padres Rodimiro Zelaya y Adela Martel, progenitores de quienes heredó una numerosa familia nuclear: nueve hermanos, cinco varones y cuatro mujeres.


En su niñez, aunque estuvo rodeada de amor, experimentó de las carencias económicas que por lo general están presentes en los hogares rurales, llevándole a caminar y corretear descalza, pues fue hasta los siete años que estrenó un par de zapatos y “mis juguetes eran unas muñecas de tusa”.


De su infancia, además atesora preciosos recuerdos, en especial por los detalles de su padre, “mi papá tenía un palo de mango de anís y siempre decía que esa cosecha era para sus cipotas. Él (su papá) siempre que iba a Jalaca nos traía un bombón. Y es que mi mamá era la más delicada en carácter y mi papá era el más consentidor y tranquilo”.

Un amor sincero

En su vientre cargó a sus tres herederos, dos varones, Nasry Esaú e Isacc Usiel y su princesa Karla Ivonne y en su rol de mamá también se destacó formándoles con arraigados valores morales y espirituales.


“Me tocó difícil porque me sufrí mucho para criarlos y educarlos sola, en un mundo donde se necesitaba mano fuerte para hacer de ellos unos hijos de bien”, dijo Aída con gran orgullo, pues consideró que los triunfos de cada uno de sus hijos los asume como propios, así como sus alegrías y tristezas.


También confió que como herencia para hijos y sus dos nietos está su ejemplo de lucha, honestidad y sobre todo el amor hacia el prójimo,


Son dos nietos los que ha recibido de parte de su primogénito a quienes “amo, ellos llegaron a llenar de más amor mi corazón, y a darle alegría a nuestra pequeña familia, nos llenan de felicidad, son unos niños ejemplares llenos de dones y siguen los pasos de su papá”.


El amor expresado de ella para con sus hijos es reciproco, pues según Karla Ivonne, la más pequeña de sus vástagos, su mamá ha sido una persona incondicional en su vida, quien la ha perdonado y apoyado en todo momento, “jamás me dejó sola, ni en los momentos más duros de mi juventud, es la mujer con el corazón más bueno y noble que he conocido, es mi pedacito de Dios en esta tierra”.


El segundo hijo varón de Aida es Isaac quien la describió como una gladiadora en todo el sentido de la palabra, su ejemplo de lucha y perseverancia, marcado en la vida. “Nunca vi, una mujer tan entregada al fortalecimiento de una familia rota ante ojos de muchos, pero unidos en nuestra intimidad”.


Así mismo, dijo que es su guerrera de mil batallas, la que nunca ha dicho no puedo, porque siempre hizo posible lo que necesitaran “incansable, hasta que sus fuerzas daban, estricta como los generales en los cuarteles, brillante como el sol, que, aunque estuviera oscuro, emanó resplandor como el relámpago”.


Continuó en la descripción de su mamá reforzando su amor por el trabajo “entregada por completo las 24 horas para el que la necesitó, sin vacilar, su mano decidió tender. Nunca opuso resistencia al deber de servir, don que muchos, hoy carecen, porque el mercantilismo gana terreno, en un mundo, donde lo que se necesita es ser solidario”.


“A ella le debo la vida, a ella le debo mi tenacidad, hoy los destinos son otros, pero la mano de Dios, aún en ella se ven, una nueva oportunidad, a su vida a legado, y somos nosotros (hijos y familiares) los que nos regocijaremos, y disfrutaremos de cada día. En mi caso, que la distancia no sea motivo, para sentirnos lejos, porque el vínculo intrínseco entre madre e hijo, ¡no serán suficiente 260 kilómetros para distanciarnos. ¡Le amo con toda el alma, no lo dude! Te amo, madre”.


Por su parte, Nasry su primogénito, el hijo con el que aprendió a amar sin límites, expresó que su madre es una mujer trabajadora, luchadora y responsable, exigente y disciplinada.


Mujer de fe

Aida heredó de su madre los valores religiosos, con una fe en Dios y la Virgen de Suyapa, y desde su trabajo ha tratado de cumplir con el mandato de Jesús, aunque nunca antes como ahora se ha aferrado a sus creencias, luego de enfrentarse una difícil batalla tras un diagnóstico de mieloma múltiple desarrollado en la medula ósea.


“Él (Dios) me ha permitido acercarme en alma y corazón, estoy en comunión con Dios como lo había deseado, pero que los afanes de la vida no me lo permitían”, confió.


En su recorrido de quebranto de salud, aunque han sido incontables los días, horas y los momentos de angustia “Dios me sostuvo y mis hijos que se aferraron a mi vida”.


Por ello, consideró que este proceso de encontrar un milagro para su vida ha sido una prueba a su fe “porque en su palabra dice que la fe será probada con situaciones difíciles y es ahí donde demostramos si en verdad le amamos, para mi esta enfermedad no ha sido un castigo ha sido una lección de vida”.


En esta faceta de lucha, además ha contado con incontables muestras de cariño y oraciones de las personas a las que entregó parte de su vida asistiéndoles con sus conocimientos de salud, “esas muestras de agradecimientos que me han dado en vida junto el apoyo emocional de mis hijos me han ayudado a seguir luchando”, manifestó.


Otra de sus pasiones han sido las plantas y las flores, por ello en su casa de Talanga “tengo un bello jardín y todos los domingos cortó las flores y las coloco en un pequeño altar que conservo como herencia de mi madre”.


Frente a la enorme deuda de gratitud que se tiene frente a ella, por su innegable dedicación a sus semejantes, Honduras Trascendental le rinde tributo a través de estas líneas.


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